Cuando todo parece perdido
La vida de Gerardo se derrumbó en seis meses. Una crisis económica destruyó su empresa y su salud, y un trágico accidente se llevó la vida de su hijo. Ante ese golpe, su madre murió de un ataque cardíaco, su esposa cayó en depresión y sus dos hijas menores quedaron desconsoladas. Lo único que podía hacer era recordar las palabras del salmista: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Salmo 22:1).
¿Estás ahí?
Cuando su esposa contrajo una enfermedad terminal, Miguel ansiaba que ella experimentara la paz que él tenía por su relación con Dios. Le había hablado de su fe, pero a ella no le interesaba. Un día, al pasar por una librería, le llamó la atención el título de un libro: Dios, ¿estás ahí? Dudando de cómo reaccionaría su esposa, entró y salió varias veces de la tienda, hasta que lo compró. Y se sorprendió cuando ella lo aceptó.
¿Hay propósitos en el dolor?
Cuando Siu Fen se enteró de que tenía insuficiencia renal y que necesitaría diálisis por el resto de su vida, quiso rendirse. Jubilada y soltera, la veterana creyente en Jesús no veía razón para prolongar su vida. Pero sus amigos la convencieron de que siguiera adelante, se sometiera a la diálisis y confiara en la ayuda de Dios.
¡Una gran noticia!
El artículo del periódico era breve pero conmovedor. Después de asistir a un programa cristiano sobre cómo fortalecer los lazos familiares, a un grupo de prisioneros se les dio la inesperada sorpresa de tener una visita abierta con sus familias. Algunos no habían visto a sus hijos durante años. En vez de hablar a través de un panel de vidrio, podrían tocar y abrazar a sus seres queridos. Las lágrimas brotaban mientras las familias se acercaban.
Buenas obras preparadas
Cuando un fornido desconocido se nos acercó a mi esposa y a mí en una calle en el extranjero, retrocedimos atemorizados. Nuestras vacaciones no habían ido bien: nos habían gritado, engañado y extorsionado varias veces. ¿Íbamos a ser intimidados otra vez? Lo sorprendente fue que el hombre solamente quería mostrarnos desde dónde podíamos ver mejor la ciudad. Después, nos regaló una barra de chocolate, sonrió y se fue. Ese pequeño gesto nos alegró el día… y salvó todo el viaje. Nos sentimos agradecidos, tanto al hombre como a Dios, por habernos dado ánimo.
Cuando Dios dice que no
Cuando ingresé al servicio militar a los 18 años —como sucede con todos los jóvenes en Singapur—, oré desesperadamente para que me asignaran un destino fácil: tal vez como empleado o chofer. Al no ser muy fuerte, esperaba salvarme del rigor del entrenamiento de combate. Pero una noche, mientras leía mi Biblia, me impactó un versículo: «Bástate mi gracia» (2 Corintios 12:9).
El amor de una madre
Cuando los padres de Susi se divorciaron, ella era menor, y la lucha legal por su custodia hizo que tuviera que estar un tiempo en un hogar para niños. Acosada por niños más grandes, se sentía sola y abandonada. Su madre la visitaba solo una vez al mes, y casi no veía a su padre. Sin embargo, años después, su madre le confesó que como las reglas del hogar impedían que la visitara más seguido, se paraba del otro lado de la cerca todos los días, con la esperanza de verla. «A veces —dijo—, te miraba mientras jugabas en el patio, solo para saber que estuvieras bien».
¡No dejen de construir!
Cuando surgió la oportunidad de ascender en el trabajo, Simón sintió que Dios se la estaba dando. Después de orar y buscar consejo, aceptó. Todo funcionaba bien, y su jefe lo respaldaba en todo. Pero las cosas empezaron a andar mal, ya que algunos colegas se molestaron por el ascenso y se negaban a colaborar. Entonces, empezó a preguntarse si debía abandonar.
Siempre aceptado
Después de luchar durante varios años para seguir en un nivel de estudios exigente, Angelina fue finalmente transferida de una escuela primaria de élite a una «normal». En el ámbito intensamente competitivo de la educación en Singapur, donde el estar en una «buena» escuela puede mejorar la perspectiva futura de una persona, muchos considerarían ese cambio un fracaso.
Preguntar a Dios primero
Durante los primeros tiempos de nuestro matrimonio, luchaba para descubrir cuáles eran las preferencias de mi esposa. ¿Quería una cena tranquila en casa o ir a un restaurante elegante? ¿Estaba bien que saliera con mis amigos o ella esperaba que dedicara el fin de semana para estar con ella? Una vez, en lugar de adivinar y decidir antes, le pregunté: «¿Qué quieres hacer?».